Comentario
Palestina, nombre derivado de "peleset" o "pelishtim" (Filistea, filisteos) se aplicó en la Antigüedad a la tierra comprendida entre Egipto y Fenicia y entre el mar Mediterráneo y el desierto sirio-arábigo. Esta circunstancia de ser una región puente, y por lo tanto de paso obligado, determinó no sólo el tipo de vida de las gentes que la ocuparon (cananeos, amorreos, hebreos, filisteos), sino también el de su cultura y civilización, marcada sobre todo por las influencias siria, egea y egipcia primero, y helenística y romana después.
La Arqueología de Palestina pudo desarrollarse realmente a partir de 1838, gracias a los trabajos de campo del teólogo americano E. Robinson y de su discípulo E. Smith y a las primeras prospecciones y excavaciones de F. de Saulcy (1850-1863). Más tarde, en 1890, con F. Petrie, un inglés que había trabajado en Egipto, la arqueología palestina progresó espectacularmente, obteniéndose a partir de entonces cada vez mejores logros (trabajos del dominico francés L. H. Vincent y otros eruditos).
Tras la Primera Guerra Mundial se inició, de hecho, la edad de oro de la arqueología en Tierra Santa, gracias a los estudios, entre otros, del británico J. Garstang, del norteamericano W. F. Albright y del alemán H. Steckewe. La segunda gran guerra colapsó los trabajos arqueológicos de campo, pero aquellos difíciles años y los subsiguientes se dedicaron a la publicación de variados informes y trabajos de conjunto. A partir de 1950 R. de Vaux, K. M. Kenyon, J. B. Pritchard, Y. Yadin y otros grandes científicos prosiguen en Israel y en Jordania la labor de excavaciones y estudios.
Son todavía escasos los conocimientos que se poseen de la Prehistoria de Canaán, la tierra prometida a los israelitas por Yahweh, según la Biblia. Huellas de ocupación las hay en zonas del mar Muerto, de Galilea y del sur del Carmelo, lo mismo que poblados neolíticos sedentarios en Jericó -la ciudad más antigua del mundo, según la Arqueología-, en Teleilat Gasul y otros puntos.
Los habitantes del III milenio no llegaron a constituir ninguna unidad ni étnica ni política, distribuyéndose en variados y pequeños Estados, temerosos de la potencia egipcia, aunque a finales de tal milenio hubieron de sucumbir ante los cananeos y luego los amorreos, quienes hicieron suya la cultura del Bronce Antiguo.
Hacia el siglo XIX a. C. arribaron a sus tierras los hebreos, dirigidos por Abraham, quienes por diferentes causas luego pasaron a Egipto, aprovechando la emigración de los hicsos.
Tras la salida de Moisés de Egipto (Éxodo), en la segunda mitad del siglo XIII a. C., los hebreos, agrupados en anfictionías, conquistaron Canaán poco a poco; a ellos seguirían los filisteos, una rama de los Pueblos del Mar, que lograron asentarse en las costas del sur. La conquista del país por estos dos pueblos supuso el fin de la historia cananea de Palestina.
Durante una serie de años, los hebreos dirigidos por sus Jueces pudieron ir haciéndose con el control de las tierras y, finalmente, con la aparición de la monarquía (Saúl, David, Salomón) lograron crear un poderoso reino. Sin embargo, la falta de unidad entre sus diferentes tribus, provocó la ruptura política, escindiéndose el país en dos reinos minúsculos: Israel, al norte, que acabó siendo destruido por los asirios en el año 722 a. C., y Judá, al sur, que cayó ante los neobabilonios en el 587 a. C.
Después de unos años de cautividad (586-538 a. C.), los judíos -nombre aplicado ya a los habitantes de Israel y Judá- regresaron a Palestina, aunque políticamente continuaron dependiendo de la potencia persa. Luego, sometido el país por Alejandro Magno, los asmoneos (Matatías y Judas Macabeo) se sublevaron en el 168 a. C. contra el dominio seléucida, de quienes al fin se logró cierta autonomía. Sin embargo, en el 63 a. C. Roma hizo de Palestina un Estado vasallo, nombrando en el 39 a Herodes el Grande como Rey de los judíos.